martes, 24 de febrero de 2015
viernes, 20 de febrero de 2015
Lidia Ceballos
Fotografía: Alejandro Bravo |
Lidia Ceballos
herbolaria, medio ambiente y cultura
por: Samantha Gascón
Al
lado de las fauces de la serpiente que representan la entrada al Cauhcalli,
encontré a Lidia Cevallos, tejiendo tranquilamente sobre bastidor, esperando a
los próximos visitantes para darles la
explicación guiada de la última sala del museo, que es la réplica del templo
monolítico de la zona arqueológica.
Originaria
del barrio de Santa María, Lidia es una mujer que ha destacado en Malinalco por
su gran labor social como promotora ambiental y
cultural, además de preservar amplios conocimientos sobre la herbolaria
tradicional del pueblo.
Su
padre trabajaba de custodio en la zona arqueológica y ahí fue donde pasó una
gran parte de su infancia, jugando con sus hermanos, contando leyendas y
hablando de Malinalxóchitl; por eso es por lo que conserva un cariño muy
especial por el lugar y reconoce su gran valor histórico y cultural.
Lidia
recuerda que cada año se realizaban festividades en la zona arqueológica el 12 de octubre para celebrar el Día de la Raza, cuando las familias
subían a convivir y se organizaban bailes, música, poesía, danzas prehispánicas
y juegos para los niños. Desafortunadamente, esa tradición fue interrumpida
debido a que comenzaron a deteriorarse las construcciones
arqueológicas; sin embargo, ello demuestra que existía entre los habitantes una
verdadera conciencia de su herencia ancestral.
Parte
de esa herencia son las prácticas de medicina tradicional que aún se transmiten
en el pueblo por medio de la tradición oral; Lidia
comenta que todavía es común que las mujeres se reúnan para intercambiar
conocimientos del uso de plantas autóctonas para curar sus padecimientos. Ella
misma conoce e identifica 200 plantas de uso medicinal de la región, de muchas de las cuales conoce el nombre en náhuatl, así como sus
propiedades y su forma de preparación; debido a ello, el Museo Universitario
Dr. Luis Mario Schneider y diversos grupos universitarios la han consultado
como informante para sus investigaciones.
Entre
los ejemplos que nos compartió se encuentra el huachalalaque, que es una
corteza de árbol que se utiliza como cicatrizante; el cuatecomate es un fruto
que posee propiedades curativas para problemas en os bronquios y en los pulmones; y
mencionó el trío de cuachalalate, cuachichinal y
capitaneja como remedios infalibles contra problemas gástricos.
Ser
“ajonjolí de todos los moles” es una cualidad tan peculiar como el hecho de
denominarse a sí misma de esa manera. Haber participado en diversos proyectos locales es simplemente por la determinación que ha tenido para
lograr lo que se propone; y es que, siendo madre de seis hijos y con 50 años de
edad, demostró que era posible terminar de estudiar la secundaria y la
preparatoria abierta.
Desde
cooperativas comunitarias hasta grupos de padres de familia, Lidia se ha
mantenido siempre activa en la labor social de Malinalco.
En el
período, de 1997 a 2001, en el que fungió como regidora de Ecología del
municipio, logró participar en una reforestación para la
que se repartieron alrededor de 10, 000 árboles en las comunidades de
Malinalco, desde San Simón el Alto hasta San Andrés Nicolás Bravo. Con ello
tuvo la oportunidad de conocer cada uno de los poblados que conforman el
municipio e interactuar directamente con su gente; y gracias a
ello pudo darse cuenta de la importancia y los buenos resultados que se
obtienen cuando se realizan proyectos ecologistas en los que se incluye el
trabajo comunitario de las localidades y en los que es posible la participación de familias enteras. En ese proceso, los propios habitantes se
identifican con el proyecto al hacerse parte de él, incrementando así las
posibilidades de su continuidad.
Posteriormente,
con la motivación que le causó el trabajo colectivo, participó en la fundación de la Escuela del Agua, asociación civil que desde hace
cinco años realiza diversos proyectos de conservación, educación ambiental y
limpieza de los ríos.
Lidia
tiene además su lado artístico: hace cuatro años tomó un taller donde aprendió
la técnica de tejido sobre telar de bastidor y en la obra textil que
elabora plasma los simbolismos de Malinalco e imágenes de la vida cotidiana del
pueblo. Sus trabajos se caracterizan por la integración de materiales
orgánicos, como flores, zacate, yute, hojas de maíz, heno y semillas,
generando así diferentes texturas.
Una
forma de llegar a la gente es también a través del arte, por eso fue que,
cuando la invitaron a participar en la puesta en escena de la obra de teatro
“La casa de Bernarda Alba”, Lidia no dudó ni un instante.
Recientemente ha incursionado en el teatro y ahora forma parte de un colectivo
llamado “Teatro Popular de Malinalco”, el cual tiene la finalidad de generar
teatro “hecho por el pueblo y para el pueblo”, es decir, accesible a sus habitantes, promoviéndolo como alternativa de entretenimiento, en lugar de
los triviales contenidos de la televisión. En su papel como Bernarda Alba,
madre católica de cinco hijas solteras, se refleja la realidad que el
dramaturgo español Federico García Lorca trató de transmitir hace más de 70
años y que continúa vigente en nuestros días.
El
mosaico de experiencias tan diverso que nos comparte Lidia Cevallos es sin duda
producto de toda una vida logros alcanzados y retos superados que le han dejado
una sonrisa en el rostro y una amable sabiduría.
Doña Reina
fotografía: Alejandro Bravo |
Doña Reina
La Partera del Barrio de San Martín
por: Samantha Gascón
Cuando llegué a su casa, en la calle
de la capilla del barrio de San Martín, me recibió Doña Reina en su lavadero
enjuagando la ropa que lavaba desde la mañana, y con una linda sonrisa me
invitó a arrimarme una silla para sentarme a platicar con ella.
Me pareció
interesante escuchar la historia de una familia con 18 hijos que se ganaba la
vida caminando largas distancias con mulas y ganado, buscando el próximo lugar
para establecerse, donde hubiera suficiente pasto para alimentar a los animales
y donde, por caridad de los hombres buenos, pudieran conseguir prestado un
terrenito para sembrar y construir una casita provisional, de madera y palma,
en la cual permanecer por algunos meses o tal vez un par de años hasta que el
lugar dejara de ser favorable, y entonces tener que empacar de nuevo sus cosas
y salir a otro pueblo en busca de un espacio para su efímero hogar y para
labrar temporalmente la tierra.
Y así fue como Doña Reina vivió su
infancia, según me contó mientras tendía la ropa esa mañana, en el México rural
de los años treinta. Me habló del lugar donde nació, una comunidad llamada
Terrenate, ya por el rumbo de Tenancingo. Su llegada al mundo estuvo acompañada
de su hermano mellizo Saturnino Cruz, siendo ellos dos los últimos de los 18
hijos. La peculiar forma de
vida de su familia los llevó a
establecerse en diversas poblaciones de la región, tales como El Ahuehuete,
Montegrande y hasta el Santo Desierto.
Cuando ella tenía 14 años, su familia
llego a la comunidad del Campanario, por los rumbos del Palmar de Guadalupe.
Ella recuerda con nostalgia cómo eran los tiempos en los que “sólo había
veredas para caminar”, y cómo hacía hora y media caminando con una mula al
centro de Malinalco para venir a vender talabartería con una de sus hermanas en
el mercado de los miércoles.
Al cumplir 16 años se encontró con
quien sería su esposo, Don J. Concepción, oriundo del barrio de San Martín, por
lo que en este lugar ha vivido desde entonces. De su matrimonio nacieron siete
hijos. Muy humildes fueron sus primero años de casada, pues su esposo solamente
se dedicaba al campo, y ella aún no descubría su don de recibir niños en el
mundo.
Fue cosa del destino que su camino
como partera se manifestara en la herencia familiar, pues continuaba con la
tradición de su tía Natalia Jiménez, de quien lo aprendió, y quien a su vez
recibió dicha enseñanza de su abuela. Y así sucesivamente por nada menos que
once generaciones atrás, según la tradición oral de su familia.
Tenía ella ya dos hijos cuando
recibió el primer llamado que la destinaría a convertirse en partera. Como sus
recursos eran muy escasos y ella era mujer emprendedora, por sus propios medios
buscaba formas de trabajar para poder completar lo poco que su marido podía
aportar. De modo que un día, cuando se preparaba para irse a vender tortillas a
Chalma, sucedió que su tía Natalia la mando llamar para que la ayudara a
recibir a un bebé que venía naciendo “de piecitos”, ya que ella, por su
avanzada edad, tenía pocas fuerzas. Después de aquella primera experiencia en
la que afortunadamente todo salió bien, se corrió la voz de que Reina ya sabía
recibir bebés, y a los 8 días la mandaron llamar para que asistiera, ahora ella
sola, su segundo parto.
De ahí se dio a conocer que Reina
era una buena partera. Esto fue hace más de 50 años, y desde entonces miles han
sido los niños a quienes ella ha recibido en Malinalco. Dice ella muy orgullosa
que aunque ha tenido casos difíciles, nunca ha perdido en sus manos la vida de
ningún bebé ni de ninguna madre, entre otras razones porque ella sólo asume la
responsabilidad de un parto hasta donde le permiten sus posibilidades, teniendo
también la humildad y buen tino para reconocer cuándo ya se trata de un caso en
el que se necesita de atención especializada. Sin embargo, afirma también que
actualmente se ha abusado del bisturí, realizándose una gran cantidad de
cesáreas prescindibles.
Aunque ella nunca fue a la escuela,
es bien reconocida por los médicos de la región, pues cuando llevaba siete años
recibiendo niños comenzaron a darle capacitaciones en Tenancingo para nombrarla
oficialmente como partera. Y fue de esta manera como pudo sacar adelante a su
familia, ya que con su trabajo aportaba el principal ingreso monetario. Así fue
como se dio cuenta de la independencia que logra la mujer cuando consigue
sostener con su trabajo a la familia, y desde entonces apoya la causa de las
mujeres en general, animándolas a que se liberen se la sumisión en
la que muchas viven aún, y a que
nunca se dejen maltratar por sus maridos, siendo ella misma un ejemplo de una
mujer emancipada.
Y no sólo es la partería por lo que la reconocen en el pueblo,
sino también por su don de saber curar, de modo que acuden a ella muchas
personas para que las sobe y les dé diversos remedios tradicionales, ya que con
el tiempo ha desarrollado un amplio conocimiento en el uso de hierbas
medicinales.
Su intuición y gran sabiduría,
además de su profunda fe, son los principales apoyos a la hora de hacer su
labor, la cual realiza además con completa naturalidad y paciencia. Antes de
cualquier trabajo enciende una vela en su altar y se encomienda a las manos de
Dios, confiada en que de ese modo todo va a salir bien.
Doña Reina es una de las pocas
parteras que quedan en Malinalco, y definitivamente una joya de conocimiento.
Desafortunadamente nadie de su descendencia ha querido seguir con la tradición
del oficio, y ella misma argumenta que desde que se construyó el hospital
municipal ya son pocas las mujeres del pueblo que acuden con ella para dar a
luz, siendo hoy en día principalmente mujeres llegadas de fuera, incluyendo
algunos países lejanos, las que aprovechan su valioso servicio. Pero a ella
esto no la entristece, pues es una mujer vigorosa y muy activa que se mantiene
ocupada con los quehaceres del hogar, y cuidando de sus plantas y sus animales.
Su nombre real es Facunda Cruz
Jiménez, pero ella misma descubrió esto hasta los 35 años, ya que toda su vida
la han llamado por su nombre de bautizo: Reina.
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